lunes, 23 de agosto de 2010

Detalles (I)

Cuando viajo me obsesiono por los detalles. Huyo del monumento y me centro en las muescas de sus piedras, al fin y al cabo, esa estatua, esa catedral o ese castillo, están retratados en decenas de guías, pero esa imperfección, esa pintada o ese grupo de gente, no. Esos son los detalles que hacen que tu viaje sea tuyo.

En Lisboa ese concepto adquiere completas dimensiones.

Las ciudades hablan a través de sus habitantes, hablan de su pasado, presente y futuro. Podría definirse como una relación simbiótica entre persona y entorno, pero me gusta más compararlo con una relación sentimental.

Un primer viaje a una nueva ciudad, siempre que haya química, significará una etapa dulce en la que todo resulta apasionante. Cada rincón descubierto es una aventura y todos tus recuerdos se archivan adulterados por un velo brillante. Con el paso del tiempo, la fascinación inicial dará paso a la comprensión. Asimilarás lugares, comenzarás a elegir tus favoritos y tratarás de acomodar tu modo de vida en su función. En un siguiente estadio, lo realmente apasionante será disfrutar de la estabilidad que te proporciona.

Todas estas fases generan residuos tras de sí, la ciudad los incorpora a su fisionomía y es a través de ellos cuando nos habla. Tenemos que saber escuchar.

Con Lisboa, comprensiblemente, permanezco en la primera base. Y no es baladí, porque para aquel que viaje a la capital lusa pensando en detalles, va a hartarse de ellos.

He decidido establecer tres categorías para poder enseñaros algunos, a saber, intervenciones urbanas, gentes o animales, y lugares. Comienzo por la primera.









Me abstengo de comentarlas porque son muy fácilmente interpretables y porque, como con los detalles, cada cual siempre ve lo que quiere ver. Pronto la segunda parte.

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